Los velorios

Había cuatro cosas que hacían algunas personas cada vez que ocurría una defunción, las mismas que me impresionaron de pequeño y a las que me voy a referir;  ignorando si en la actualidad se las continúa practicando o no, pues mi salida de la tierra natal se produjo ya hace algunas décadas atrás y mis obligaciones ministeriales y docentes no me han permitido regresar sino muy de repente.

 

1ª   El llanto de algunas mujeres indígenas, que lo hacían entonando al mismo tiempo y monótonamente una letra improvisada, a través de la cual se contaba lo sucedido en vida del difunto y las palabras cariñosas que de él había escuchado. No sé si el término es correcto en quichua, pero a esta modalidad de llanto lo llamaban taquizhka.[1]

 

 2ª  El mover todas las cosas de la casa en la que había habitado el difunto para evitar los ruidos que, de no hacerlo, provocaría el fallecido.

 

3ª  La comida en común que las personas venidas de los anejos hacían luego de enterrar el cadáver. Cerca de la puerta del cementerio tendían manteles y se servían mote, quesillos, presas de carne de res y otros potajes. Amén de tomar una copita para amortiguar el dolor y como expresión de agradecimiento a quienes habían cavado la sepultura y traído el cadáver. Y,

 

4ª El cinco. Así se llamaba a una reunión que realizaban los familiares para, llevando toda la ropa del difunto y de su familia, ir a una quebrada o al río a lavarla. Esta era también una magnífica oportunidad para hablar del testamento, de las herencias y otros asuntos familiares y disfrutar de una comida campestre y hacer melcochas.

 

La solidaridad era muy expresiva en esas circunstancias. Había personas que se encargaban de dirigir la oración que todos seguían con fervor. También, especialmente mujeres, que ayudaban en la cocina. Doña Luisa Brito era una de esas personas desprendidas y serviciales que estaba presente en casi todos los velatorios de los "chazos", orando, consolando, ayudando; motivo por el cual sus contemporáneos le decían con afecto, la "Cruz Roja".

 



[1]    En el "Lexicón Etnolectológico del Quichua Andino" de Glauco Torres Fernández de Córdova, no se encuentra esta palabra, pero sí otras parecidas. Es posible que la pronunciación tal como la he escrito sólo haya sido utilizada en esta zona. El investigador Luis Benigno Moscoso, considera que la pronunciación tiene relación con "taquig" que significa el que canta. Vocablo que proviene de "taquina", y que hace referencia al cantar y arrullar de las tórtolas.