Las visitas pastorales de los párroco a los sectores

Como era común, en todos los pueblos rurales e incluso las cabeceras cantonales, no había carreteras; a duras penas alguna trocha angosta y con baches que conectaba al centro parroquial con la ciudad; con los anejos, nada. Todo se hacía, por tanto, caminando o en acémila.

También los sacerdotes cumplían sus tareas pastorales de esa manera. Salían muy de mañana a las confesiones de los ancianitos y enfermos y retornaban ya entrada la noche. Siempre les acompañaba un guía que -si el ministro sagrado vestido con roquete blanco llevaba al Santísimo Sacramento en el porta-viático-, iba tocando la campanilla para advertir a quienes se encontraban en el camino que debían arrodillarse para reverenciar respetuosamente al Señor de la Eucaristía. Así efectivamente hacían los fieles cristianos, al tiempo que sacándose el sombrero saludaban también al presbítero con la centenaria frase "Alabado sea el Santísimo y la Virgen María, taita curita", que el venerable asintiendo con la cabeza contestaba: "Alabado sea".

 

Cuando de fiestas se trataba o de celebrar el Santo Jubileo en los sectores, el párroco se trasladaba al lugar, y, sin prisas ni ansiedades que preocupa a las personas de hoy, permanecía en ellos el tiempo necesario, generalmente toda la semana; celebrando la liturgia, predicando y enseñando mediante catequesis circunstanciales, confesando a la gente, escuchando con solicitud a las personas que requerían orientación y visitando los hogares para establecer con ellos una mejor relación y confianza.

 

Este era el método pastoral utilizado celosamente por sacerdotes como Nicolás Durán, Luis Benigno Torres y, en la segunda mitad de los años 60's, el Padre Víctor Mancero, cuando visitaba San Antonio, Buenavista y San José de Raranga, que en el ámbito religioso, sigue dependiendo de Ludo.