Nos situamos en la década de los años 60's, en la época de los cambios sociales, en la época en que los jóvenes comienzan a manifestar más independencia y soltura; y, en Ludo, época en que la juventud masculina sale hacia la Costa para trabajar en las haciendas bananeras que estaban en boga.
El hecho de haber salido del lugar y de permanecer meses y meses fuera, hacía que estos jóvenes varones, que con enorme sacrificio físico habían hecho alguna pequeña fortuna, regresaran a su terruño con halo extraño y llamativo. Algunos, por hablar "a lo mono"; otros, por su comportamiento especial; pero, sobre todo, por su estilo en el vestir.
Señal de distinción y manera de impresionar a las señoritas era -especialmente entre los jóvenes de Hato Bolo-, tener un radio; tener un caballo; formar jorga con los amigos; vestir pantalón obscuro, zapatos de dos colores (blanco y negro, o blanco o café), camisa blanca a medio abotonar, con las mangas arremangadas hasta el codo, con una cajetilla con filtro marca Kool en el bolsillo, y peinar impecablemente el cabello con brillantina "glostora lavanda". Colocaban en su cuello una toalla de tela y ponían en el bolsillo de atrás un pañuelo bien doblado con una de las puntas saliéndose.
Así ataviados venían estos jóvenes al centro parroquial los domingos. Lo hacían en tropel a un paso ligero, trayendo en sus manos -casi todos- sus radios transistores a pilas los que, luego de haber dejado a buen recaudo sus corceles, eran encargados en las tiendas hasta después de misa a la que asistían por devoción, pero también para tener la oportunidad de saludar a la señorita que admiraban.
La patanería era rara y calificada por la sociedad como un acto de mal gusto y de verdadera agresión. Los jóvenes eran todos correctos, muy caballeros y atentos con las damas; y no sólo con ellas, sino con sus progenitores y personas que las acompañaban.
Las muchachas -me estoy siempre refiriendo al grupo de Hato Bolo-, que por lo regular vestían centro rojo o azul, blusa de manga corta con encajes, chompa blanca a botones; que peinaban trenzas y adornaban sus cabellos con vinchas metálicas; que cubrían su cabeza con un sombrero de paja colocado más arriba de la frente; que calzan zapatos de charol y medias blancas (como alguien decía jocosamente, con aire de curiquingues), mantenían también un comportamiento digno. Recatadas y coquetas a la vez, sabían cuando aceptar la invitación que les hacían los jóvenes a las tiendas para tomar un "vinito"; y, como quien no quiere la cosa poder hablar de amor, escuchar promesas y dar esperanzas, en fin..., tema preferido por todos cuando se cruza por esos años mozos.