Acabamos de hacer mención a las fiestas de devoción indígena como son las de San Luis Beltrán, de Santísima Virgen del la Natividad y del Corpus Cristi; las que, a excepción de la tercera, tenían como pregón la quema de chamiza, castillos, cholas, indios Lorenzos, vacas locas y otros artefactos pirotécnicos.
De la Fiesta en honor a la Natividad, Doña Lucrecia Carmelina Álvarez, hizo la siguiente descripción para una publicación que el periodista Enrique Vacacela hizo en diario El Mercurio, el 9 de septiembre del 2002.
"Las festividades en honor a la Santísima Virgen de la Natividad, en la parroquia Ludo perteneciente al cantón Sígsig, se remonta al año 1908, y quizá antes, cuando el lugar adquirió la categoría de parroquia eclesiástica y tuvo a su primer párroco, el Padre Benjamín Zamora.
Doña Carmelina Álvarez Brito, de 74 años de edad y nacida en el lugar, recuerda que los festejos de ese importante acontecimiento que se celebraba cada 8 de septiembre y cuenta que duraban alrededor de ocho días. Los devotos iban desde Cuenca, Gualaceo, Chordeleg, Sígsig, Quingeo y Jima; quienes, junto a los moradores de la propia parroquia, se organizaban para colaborar en el desarrollo de las diferentes actividades, tanto religiosas como sociales y culturales.
Habían "pendoneros" y "borleros" así como también una serie de disfrazados que bailaban al ritmo de la banda del pueblo, quienes venían de los alrededores del centro parroquial abriendo paso a los priostes de Collana, Sérrag, Bolo, Ludo Chico y Buenavista, brindando así alegría a los visitantes.
Una vez iniciadas las fiestas en los exteriores del templo con estos actos culturales; en el interior se exponía al Santísimo Sacramento y se rezaba el Santo Rosario, acto que -en un ambiente de profunda devoción- se lo hacía todos los días hasta llegar al principal. En la mañana del propio día, la iglesia amanecía con su altar suntuosamente adornado de flores frescas, especialmente de rosas blancas y vistosas retamas, así como también extendidas las cortinas y encendidos los cirios para engalanar la solemne celebración Eucarística, que en aquel entonces se celebraba de espaldas al pueblo y en latín.
Terminada la santa misa se realizaba la procesión con la imagen de la Santísima Virgen María por las principales calles del centro parroquial, donde los participantes se turnaban durante el trayecto para cargar las andas y poder así caminar junto a la imagen de la Reina del Cielo.
La procesión culminaba en el templo, donde el párroco bendecía a la multitud y daba paso, entonces, a los certámenes deportivos y a la fiesta popular en general. También había la costumbre -recuerda Doña Carmelina-, de rematar varios productos agrícolas, lo mismo que animalitos, artesanías y otros regalos mediante un bazar, que se abastecía de la generosidad de la comunidad con la finalidad de recaudar fondos para el mantenimiento del templo.
Doña Carmelina añora su parroquia natal y las excelentes costumbres de aquellos años, parroquia que estaba compuesta por pocas casas, sí, pero con familias muy honorables y religiosas de apellidos: Alvarado, Zúñiga, Delgado, Álvarez, Brito, Iñiguez, Pesántez, Jiménez, Coronel, Espinoza y otros. Sin embargo destaca a las familias Samaniego y Álvarez como las más dedicadas al culto cristiano. También siente nostalgia porque esas buenas costumbres han variado. Pero a pesar de los cambios, cada 8 de septiembre acude a la parroquia que le vio nacer para participar de las fiestas, que naturalmente con otro matiz, se siguen celebrando en honor a la Natividad de María, nuestra Madre"[1]
Pero, además de estas fiestas hay otras que con fecha más tardía se han implantado, provienen de la primera mitad del siglo XX. Están la del 16 de Julio y 14 de Septiembre. La primera en honor a la Santísima Virgen del Carmen, la que con el esfuerzo de las familias Alvarado, Matailo y Samaniego y bajo el liderazgo del P. Luis Benigno Torres se viene celebrando desde 1940. Y la segunda; en honor al Señor de los Milagros, que en los años 60's y 70's tenía como priostes principales a Don Héctor Jiménez y numerosos miembros de la familia Pesántez con quienes estaba emparentado; y que en estos últimos años lo protagonizan otros devotos.
La fiesta del 14 de septiembre merece una mención especial; puesto que era la ocasión en que la juventud valerosa de aquellos años, presidida por Esthercita Pesántez P. y su hermana Graciela, y secundada por: Marlene y Esthela Jiménez, Rafael Peralta, Alcibíades Jiménez, Carmela Cumandá Delgado, Luis Ríos y muchísimos otros que hoy residen en diferentes lares del país, ponían en marcha todo su talento artístico y literario. Eran famosas las horas sociales en las que se ponía en escena obras de teatro de escritores hispanoamericanos, zarzuelas, rondas y los más ocurridos sainetes que eran la delicia del público. También... intervenciones musicales y concursos de diversa índole, siempre presentados y animados por personas de impecables modales; y lo que es más, pese a las limitaciones propias del medio y de la época, bailes de gala en los que los concurrentes tenían la oportunidad de lucir su habilidad para bailar, cachullapis, boleros, tangos; y, por supuesto, cumbias, mambos, twists y los porros que estaban a la moda.
Todas estas vivencias gratas son motivo de nostalgia y animada conversación, cada vez que la fortuna de encontrarnos entre coterráneos y contemporáneos nos la permite.
Hoy lamentablemente como ha sucedido en todas partes, las fiestas han perdido altura, han perdido categoría. Ya no hay amor por el verdadero arte; peor aún, ni siquiera saben que existe ni les importa saber. Lo que a muchos les llama la atención y les deleita es la bulla estridente; los chistes disonantes e irrespetuosos; la música monótona e híbrida -mezcla farragosa de seudo-acordes indígenas, gringos y afros-; los concursos repetitivos y devaluados de "cholitas"; las danzas sin origen ni destino; en fin... en todo falta iniciativa.
Una devoción que entre los años 30's y 70' tenía mucha convocatoria era el famoso "ROSARIO DE LA AURORA", que en honor a la Santísima Virgen María rezaba la población portando su imagen por las principales calles de la parroquia o dirigiéndose a la colina de El Carmen en donde se levanta una capilla. La participación compuesta por niños, jóvenes, adultos e incluso ancianos era masiva y tenía lugar en el mes de mayo. La banda de música o los coros muy bien acompasados, lo mismo que las flores y los cohetes, era la tónica que daba al acto religioso una pintoresca fisonomía, y a los niños la oportunidad de corretear adelantándonos a la procesión para coger las "paguillas" de múltiples colores que caían del cielo luego del estruendo de los petardos.
[1] Diario "El Mercurio" de Cuenca - Ecuador. Lunes 9 de septiembre del 2002. Pág. 4B