La invitación a los compadres

El parentesco espiritual que generaba el bautizo de un niño entre padres y padrinos era tomado con absoluta seriedad, sobre todo por los indígenas de Collana, quienes acostumbraban realizar en la recepción unas ceremonias dignas y refinadas, con las que expresaban respeto y delicadeza; especialmente, si se trataba de un compadre "chazo"[1], como se llamaba a los blancos y mestizos.

 

Las invitaciones se reservaban preferentemente para la época del carnaval en las llamadas "semana de compadres" y "semana de comadres"; fiesta ésta la del carnaval que era anunciada por caminos y chaquiñanes, -aunque también se la hacía en las calles de la ciudad de Cuenca-, con sonidos de pingullos y pijuanos ejecutados artísticamente por indígenas que tenían el gusto de hacerlo y además lo consideraban un honor.

 

Recuerdo haber visto de niño, una de las tantas recepciones que una familia Carchipulla - Fernández, de gran distinción en el sector de Collana, hicieron en una ocasión a mis padres. Narración que puede servir de ejemplo de cómo se desarrollaban esos maravillosos eventos de antaño.  

 

Primero, marido y mujer vinieron a invitarles en nuestra residencia llevándoles para la circunstancia un regalo consistente en mote pelado, cuy y otros guisos envueltos en blancos e impecables manteles; les ofrecieron también una copita de aguardiente con agua de frescos que pidieron se la preparara ese momento.  

 

Para el día de la reunión mandaron acémilas elegantemente aperadas para todos los de casa. Poco antes de llegar al domicilio de los invitantes, se podía ver en el camino adornos de flores de múltiples colores en forma de arcos y ramilletes. Ya en el patio, el compadre ofreció una copa de aguardiente y la comadre una zhila[2] de chicha como expresión de bienvenida, invitándonos luego a pasar a una amplia sala con toscos bancos de madera pero exquisitamente cubiertos por mantas de bayeta de hermosos colores. Allí la conversación y los respetos como también la entrega de regalos que mi madre llevó para el ahijado y los compadres, consistentes sobretodo, en prendas de vestir y alguna alhaja de bambalina. Después, un breve paseo por las huertas del propietario para disfrutar del primaveral paisaje como también de los capulíes y duraznos de toda calidad que había en abundancia; y, finalmente, la invitación a disfrutar del convite campestre con amigos y vecinos que también habían sido invitados.

 

Mientras tanto los niños por nuestra cuenta y contentos de esa libertad sublime que otorga el campo, corríamos por el verde llano, nos mojábamos con agua fresca de los cantarinos riachuelos, cortábamos flores de los cercos, intentábamos cazar coloridas mariposas y subíamos a cuantos árboles podíamos para arrancar sus frutos; tal cual hacían los guías del recorrido, encargados también, de recolectar frutos de las huertas para que en la tarde lleváramos los invitados.

 

A la hora del almuerzo los convidados fuimos colocados en el lugar previamente asignado. Una pequeña mesa tapizada con flores deshojadas de rosas de castilla y retama que representaba una cruz y otros dibujos, indicaba el sitio de honor y frente a la cual se sentaron mis padres. A todos los demás se nos puso bancos de madera, alrededor de los cuales se habían colocado sobre esteras y manteles rico mote, ají con pepa de zambo en pequeños pozuelitos de barro y talladas cucharas que, a excepción de las de los invitados, eran todas de palo. Vino, entonces, el primer plato consistente en fragante caldo de gallina criolla que era directamente servido por el compadre anfitrión a los principales invitados; pues a los otros comensales, lo hacían otras personas asignadas previamente para la tarea.  

 

Servidos todos, se hizo una fervorosa oración a San Francisco, y antes de comenzar a saborear el potaje, el compadre anfitrión junto a la comadre que tenían su puesto exactamente frente a la mesa de honor, al extremo de la sala, pidieron reiteradas disculpas por "lo mal servido" y,  como una señal de cortesía y alta consideración, hicieron llegar desde sus propios platos, a sus comadres invitados, en unas cucharas grandes que se iban pasando secuencialmente uno a otro los concurrentes, un pedazo de la mejor presa.

 

El segundo plato para los compadres invitados era un "mediano"[3] con abundantes papas guisadas al jugo, dos cuyes y dos gallinas enteras. Para los demás, lo mismo pero con presas de diverso tamaño dependiendo la categoría.

 

El tercer plato: "mote casado", un exquisito cocido de maíz con tocino de chancho y fréjol. Se concluía el almuerzo con chicha que libremente se servían los presentes de los jarrones de barro que previamente habían sido colocados en la mesa.

 

Vino luego el baile, que al son de la música de concertina, violines y redoblantes ejecutados por maestros hábiles del lugar, duró algunas horas. Después, cuando los maestros de los instrumentos estaban ya mareados por la chicha, se hizo uso de un tocadiscos marca Nivico que mi padre acostumbraba llevar a estas invitaciones. Y así pasamos hasta entrada la noche; hora, en que utilizando el mismo transporte que el de la mañana, regresamos a casa colmados de regalos agrícolas. Mi padre, una vez ya en su residencia, estimulado por la aromática chicha -que jamás he vuelto a tomarla con tantísimo agrado como esa vez, porque realmente se trató de un almíbar único hecho por una pulcra Señora llamada Dolores Fernández, que me dicen, todavía vive en Gualaquiza-. Mi padre, digo, que se ponía coloradito luego de tomar el primer vaso y alegre después por los nuevos que le seguían brindando, pasó de inmediato a su dormitorio para descansar. Mi madre, a ver cómo encontraba la casa luego de su ausencia; y nosotros los chicos, a recordar lo vivido y continuar jugando hasta quedarnos dormidos.



[1]    Chazo = varón de raza mestiza

 

[2]    Shila = jarra de barro (Torres Fernández de Córdova, Glauco. "Lexicon Etnolectógico del Quichua Andino" Tomo III, pág 133 - Cuenca 2002)

 

[3]    Mediano = plato grande de barro, una especie de charol.